domingo, 24 de febrero de 2013

O SENHOR NÃO ESTÁ HABILITADO PARA DIRIGIR NO BRASIL



En julio del año pasado  viajé con la GS 1150 a Uruguay desde Marília (estado de São Paulo). Fue un buen viaje, aunque tuvo un final inesperado. Esto fue lo que pasó:

Desde que soy motero y empecé a viajar, de eso hace ya muchos, demasiados años, tenía la ilusión de recorrer América con mi moto. Salvo Estados Unidos y Canadá no es un continente fácil para ello. Si a las infraestructuras en general penosas, salvo contadas excepciones, unimos la violencia y la inseguridad de la mayoría de los países americanos, el viaje se convierte en muchos casos en una auténtica aventura.

Mi alma motera estaba pidiéndome a gritos empezar a hacer realidad ese sueño aparcado desde hacía muchos años. Así que llegué a la conclusión de que en algún momento había que dar el primer paso, o, para ser más precisos, que las ruedas dieran la primera vuelta. Pensé para empezar en un viaje “facilito y seguro”. ¿Qué tal si compruebo que Uruguay sigue en el mismo sitio? Ya conocía Montevideo. Los que hayáis estado por ahí sabéis que no está en la lista de las ciudades más bonitas del mundo, pero para mí tenía un atractivo especial. Debía hacer una serie de cosas a la moto, entre ellas cambiar los dos neumáticos, algo que en Brasil me iba a suponer un auténtico dineral. No es que en Uruguay lo regalen, pero después de solicitar precios por Internet vi que tenía la excusa perfecta para darme un garbeo de varios miles de kilómetros y defraudar un poco a la Receita Federal brasileña (Agencia Tributaria), que siempre calienta el corazón.

Algo que aprendes cuando vives en América es que aquí todo es grande. Las distancias son gigantescas. Lo que en el mapa parece que está “al lado” en la realidad son cientos de kilómetros y sobre todo muchas horas de viaje. Para llegar hasta Montevideo tenía que salir del estado de São Paulo, atravesar otros tres estados brasileños más (Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur), mayores en extensión que muchos países europeos, además del propio Uruguay, pues la capital está en el Sur, junto a la desembocadura del Río de la Plata. En total 2.200 kilómetros, algo así como Madrid-Hamburgo (Norte de Alemania), con la diferencia de que las carreteras que habría encontrado en este caso no son ni por asomo como aquellas por las que iba a pasar. ¿No quería aventura? Pues toma aventura.

Me gusta mucho viajar en moto, es una de las cosas más divertidas que se pueden hacer vestido, pero para viajar por Brasil en moto, las dos ruedas te tienen que gustar más que a un español comer con la mano. Las carreteras son, ¿cómo os lo explicaría yo?, indescriptibles. En un país con una corrupción política e institucional que se come literalmente los recursos, el trabajo y el esfuerzo de los ciudadanos, las carreteras son simplemente desastrosas en su mayor parte y con un tráfico demencial. Las rodovías federales, las equivalentes a las carreteras nacionales en España, son casi todas de peaje. Hay que tener una falta de vergüenza sin límite para cobrar por circular por una carretera de dos direcciones, de asfalto malo o muy malo en la mayoría de los casos, que no siempre tiene arcén, que cuando lo tiene suele estar lleno de piedras o agujeros y que por norma carece del mantenimiento adecuado.

Carreteras en estado penoso o calamitoso, millones de camiones conducidos por psicópatas, resto de conductores para los que el código de la circulación es algo de lo que han oído hablar, pero que no saben muy bien lo que es, y la posibilidad más o menos remota, pero real, de que a alguien le guste en exceso tu moto, decida que ya ha sido tuya demasiado tiempo y que ya es hora de que cambie de dueño… Con estas premisas quizá lo más sensato habría sido quedarse en casa tomando cervezas y viendo pasar los días. No soy de esos. Así que me lié la manta a la cabeza, me subí a la moto y, Uruguay, espérame que voy para allá.



El viaje hasta Montevideo no tuvo nada de especial. Uno ya está acostumbrado al jeito brasileiro (manera brasileña) de conducir. Si quieres sobrevivir aquí, en el sentido literal del término, tienes que aguzar al máximo tus sentidos y sobre todo poner en práctica lo que los americanos llaman “defensive driving”. Ahora estamos en invierno (hice el viaje en julio de 2012), y aunque en Marília no haya mucha diferencia con el verano, conforme vas bajando hacia el Sur el frío sí se hace notar. Tuve mucha suerte en todo el viaje pues no pillé lluvia, pero sí disfruté de una ola de frío polar procedente de la Antártida. En Montevideo la temperatura máxima uno de los días fue de 5º, pero el fuerte viento hacía que la sensación térmica fuera muchísimo menor.

Mi mujer fue mucho más lista y llegó hasta Uruguay en avión, pero no “disfrutó” tanto como yo… Hicimos un poco de turismo tranquilo, la moto recibió las atenciones que precisaba y ya era hora de volver para casa. Avión para la señora y otros 2.200 kilómetros para mí. Seguía haciendo un frío del carajo, pero eso a los pingüinos como yo nos anima. Cuando compré la moto hace un año, vi que entre los accesorios tenía los puños calefactables. Pensé que iba a ser algo inútil en un país como Brasil, pero tanto en Uruguay como en Río Grande del Sur los usé a pleno rendimiento, junto con unos maravillosos guantes de invierno comprados en España. La vuelta me la tomé con más calma y la dediqué a recorrer un poco más detenidamente los dos estados brasileños más al Sur.






El viaje transcurría sin mayores contratiempos, todo dentro de la “normalidad” brasileña, hasta que el último día, domingo por la tarde, a una hora de casa, ocurrió lo que nadie quiere que ocurra. Camión cargado hasta los topes, circulando a treinta kilómetros por hora, fila de coches detrás esperando poder adelantar, y el intrépido y aguerrido Perico con su amoto que viene de comerse el mundo. El coche de delante se aparta gentilmente para que le pase. Hay raya continua. ¿Qué hago, aprovecho la gentileza de tan amable conductor o espero?, pienso. Doy un golpe de gas y paso. El adelantamiento duró menos de lo que habéis tardado en leerlo. Pero la Ley de Murphy se cumple inexorablemente. Pisé medio metro la raya continua y por supuesto ahí estaban dos solícitos agentes de la Policía Rodoviaria Federal para dar fe de tamaña felonía. Al verlos lo tuve claro al instante: Perico, la has cagao. Uno de ellos saltó como un resorte desde el arcén hasta el centro de la carretera y dirigió su dedo acusador contra mí, indicándome que parara. El resto ya os lo imagináis:
¾Documentación¾No me la pidió por favor, ni me dio las buenas tardes, ni me deseó lo mejor para mí y mis allegados. ¡Qué carácter! Le di los papeles de la moto, mi carné español y el internacional. Fue hacia el coche donde estaba el otro vampiro. Hablaron un rato y volvieron los dos. Yo ya me imaginaba lo que venía a continuación. El vampiro más joven me dijo:
¾Voy a multarle por haber pisado la línea continua.¾Vaya novedad. Yo tenía claro que la cosa no iba a acabar aquí¾ El jovencito continuó:
¾Además, usted no tiene el carné de conducir brasileño¾ Ahí le duele, sí señor. Traté de defenderme como gato panza arriba argumentado que después de que sus colegas en Brasilia marearan la perdiz durante año y medio, por fin el estado brasileño había tenido a bien concederme la residencia legal y que la tarjeta me la habían entregado el mes de mayo pasado (estábamos en julio), aunque la fecha de expedición fuera noviembre de 2011.
¾Ya, pero usted tiene 180 días para obtener el permiso brasileño y ya ha transcurrido ese plazo¾fue la respuesta del poli. Insisto muy educadamente y sin éxito en que por culpa de la desastrosa burocracia brasileña mi tarjeta de residencia me estuvo esperando meses metida en un cajón sin que nadie supiera dar cuenta de ella. Es inútil, el tío es inflexible. Su siguiente frase empieza a intranquilizarme:
¾No puede continuar el viaje.¾Houston, tenemos un problema. Pero lo peor estaba por llegar:
¾O senhor não está habilitado para dirigir no Brasil (Usted no está facultado para conducir en Brasil)¾Nunca olvidaré esta frase. Llevaba casi dos semanas tratando de sobrevivir en una jungla de psicópatas de la carretera. En este país hay un montón de tipos analfabetos totales que han literalmente comprado el carné de conducir, pero eu não estou habilitado para dirigir no Brasil. Manda huevos, que dijo aquél. A veces la vida es injusta. La sangre empezaba a coagularse en mis venas. En pleno proceso de coagulación el tipo continuó:
¾La moto se va a quedar aquí porque usted no puede seguir, a no ser que usted llame a alguien para que venga a buscarla¾ Yo sé cómo se resuelven muchas situaciones de estas en Brasil, pero no es mi estilo. Supongo que el tío estaría pensando: extranjero, cincuentón, moto cara, cartera llena de billetes, que empiece a soltar. No soy un tío nervioso, y en las situaciones complicadas afortunadamente suelo conservar la cabeza fría. El soborno nunca entró en mis planes. Si la había jodido por pisar la maldita raya y estar sin carné brasileño, aunque lo segundo fuera discutible, tendría que apechugar con lo que viniera. Además, con la suerte que tengo en estos casos, sólo me faltaba intentar sobornar a un agente que perteneciera al escaso tanto por ciento no sobornable del país. Le contesté secamente:
¾Lo siento, pero no conozco a nadie que pueda llevar la moto hasta Marília y le aseguro que la moto no se va a quedar aquí en la carretera¾me miró con sorpresa y su compañero le hizo una seña. Se apartaron unos metros y hablaron entre ellos. Volvieron. Recibí una propuesta:
¾Vamos a hacer lo siguiente: vamos a escoltarle hasta el puesto de policía de X. (la ciudad en la que estábamos) y desde allí llama usted a una grúa.
¾De acuerdo¾contesté, tampoco tenía una opción mejor. Fui detrás de su coche. En estos momentos te pasan por la cabeza las imágenes que has visto mil veces en las películas. ¿Qué pasaría si yo ahora enroscara el puño y saliera echando leches, haciendo derrapar la rueda? Pues nada, chaval, no vas a salir corriendo porque, primero, tienen los papeles de tu moto, tu carné de conducir español, tu tarjeta de residencia brasileña y tu pasaporte español. Y segundo, por si lo antes dicho no fuera un argumento de peso, ¿has visto las armas que llevan colgando de la cintura, aparte de lo que posiblemente guarden dentro del coche? ¿Todavía no sabes cómo las gastan los polis en este país, y que la gente les tiene casi más miedo a ellos que a los criminales? Pues eso, sé buen chico. Tranquilos, hice caso a mi superyó, y los noticiarios y Youtube se perdieron unas buenas imágenes de una persecución policial.

          Llegamos al puesto. Allí nos recibe el que quedó de retén. Pocas veces he visto un poli con más pinta de chuloputas que éste. La madre que lo parió, era un matón con uniforme. Ya estaba al tanto de todo porque me preguntó directamente:
¾¿Qué piensa hacer usted?
¾Voy a llamar al seguro para que me manden una grúa, aunque como esto es un caso especial no sé si la póliza lo va a cubrir¾ El chulo, sin embargo, parecía tenerlo claro:
¾Un caso así no lo cubre el seguro, se lo digo yo. Si quiere yo le puedo buscar una grúa de confianza.
          No me lo podía creer, el chuloputas quería redondear el día ganándose una propina del de la grúa. Hay que tener cara, pero estos cabrones tienen cara para esto y para cosas mucho peores. No sé cómo conseguí contener las ganas que me dieron de cogerle la pistola y gastar en él todas las balas. Con mi mejor sonrisa le contesté:
¾Gracias, pero voy a intentarlo.
          Lo intenté y salió. Los astros se alinearon y el teléfono tenía carga, había cobertura, y lo más importante, pude establecer la conexión con la asistencia en carretera del seguro (no os podéis imaginar lo “bien” que funcionan (¿?) las operadoras de telefonía móvil en Brasil). La chica que me atendió me dijo que en un máximo de una hora tendría una grúa para llevarme a casa y que me pondrían un taxi a mi disposición hasta Marília. Le di las gracias por el taxi, pero preferí ir en el camión con la moto y asegurarme de que ésta llegara bien (los moteros entenderéis esto).

          Mientras tanto uno de mis amigos había empezado ya a empapelarme. Joder, Perico, campeón, dos multas en un día. Los otros dos estaban viendo el fútbol. ¡Lástima que el partido no hubiera empezado antes! Para esperar me tumbé fuera en la hierba y me puse a leer con el fin de evadirme un poco de todo el marrón que me había caído en la última media hora.

A los 55 minutos de la llamada al seguro apareció un camión grúa con rampa para subir la moto. No me lo podía creer, a veces las cosas funcionan en este país, aunque es lo menos que se puede esperar, dado lo que pago por el seguro. Colocamos la moto en la plataforma y sólo en ese momento, y después de anotar la matrícula del camión, uno de los policías me devolvió todos mis documentos. Los últimos kilómetros los hice escuchando a Pink Floyd y Deep Purple en la radio del camión. ¿Se puede tener más suerte? Pues sí, imaginaos que la poli me hubiera parado en el Sur a 1.800 kilómetros de casa. El que no se consuela es porque no quiere.






¿Cuál es mi situación legal ahora? A mis casi cincuenta y ocho tacos he sufrido una regresión a los dieciocho. De momento lo único que puedo conducir en este país son bicicletas, monopatines y patinetes de dos y tres ruedas, sin motor, claro, o correr como Forrest Gump. Parece ser que hay un convenio entre España y Brasil para el tema de la convalidación de los permisos de conducir, pero es un convenio envenenado. Para obtener el carné de moto y el de coche tengo que hacer un examen teórico, y para ser eximido del práctico entregar mi carné español, que supuestamente sería a su vez devuelto a la DGT en España. Antes me corto un brazo u otra cosa peor que entregar mi carné español. Así que, efectivamente, lo que estáis pensando: si quiero seguir conduciendo tengo que meterme en una papelada de narices (no podía ser de otra forma en Brasil), matricularme en una autoescuela (tengo verdadera curiosidad morbosa por saber qué coño enseñan en ellas), dar un mínimo obligatorio de clases teóricas y prácticas y examinarme también del teórico y del práctico de moto y de coche. Con un par. No sé todavía por cuánto me va a salir la broma, pero entre impuestos, tasas, material, clases, y varios no va a ser poco. No tengo carné todavía y ya tengo puntos (en Brasil vas sumando). ¡Soy la leche!

¿Alguien dijo que viajar en moto es aburrido y que nunca pasa nada? Pues eso.

martes, 19 de febrero de 2013


PARA GUSTOS LOS COLORES

Hay motos que han pasado a la historia y son ya míticas, como la BMW R-90-S o la Honda CB 750 Four de los 70. Crearon un estilo y se convirtieron en referentes para el resto de fabricantes.




Hay otras, sin embargo, que también han pasado o van a pasar a la historia pero por otros motivos. ¿Cuáles son esos motivos? Vamos a decirlo crudamente: por ser más feas que pegar a un padre. Siempre me he preguntado qué pasa por la cabeza de los ingenieros y diseñadores de motos para ser capaces de parir engendros estéticos como los que os quiero mostrar.

No pongo en duda sus cualidades técnicas. Seguro que son motos que van o iban de fábula, sólo estoy diciendo que desde el punto de vista de la estética son un pecado, mortal para más señas. Y si no, echad un vistazo a esto:



¿Qué os parece esta KTM 690, a que se parece al Pájaro Loco?                                          



Ducati ha hecho y hace motos preciosas, pero con la Multistrada se lucieron.



Más Ducati, la Diavel. Seguro que va de miedo, pero miedo es lo que sientes al ver este engendro.


Ahora les toca el turno a los alemanes:



                               
Desde luego esta BMW R 1200 ST tumbar, tumba, ahora bien, el faro delantero es… no tengo palabras. No es por casualidad que en Alemania la llamen la “mitra del obispo”.

Más de BMW:



La K 1, todo un clásico de la fealdad.



¿En qué estaban pensando los de Buell cuando parieron la Lighting?
Parece que la hubieran comprimido. Si la hacen más corta se les juntan la rueda delantera y la trasera. ¿Os gustan sus ojos de saltamontes?


¿Qué me decís del guardabarros trasero y del escape de esta preciosa Honda Rune?



¿Os gusta la cara de avispa cabreada de la R1?


Los más jóvenes quizá no la conozcáis, pero los veteranos todavía nos acordamos de uno de los últimos estertores de OSSA antes de tirar la toalla reconociendo que había otros fabricantes que hacían cosas mejores, más bonitas y más baratas. Cuando veías de cerca la OSSA Urbe 250 se te caía el alma a los pies al comprobar la calidad de sus acabados.

La lista de motos horrorosas es mucho mayor que lo aquí expuesto, pero para muestra basta un botón. Seguro que todas eran y son motos maravillosas, capaces de dar un montón de satisfacciones a sus dueños, pero no serán satisfacciones estéticas. Aunque para gustos los colores.




domingo, 17 de febrero de 2013

AMARELINHA



Os presento a mi "Amarelinha", una BMW R 1150 GS del 2002. Como buen bemeuvista desde hace ya... es igual, muchos años, no podía comprar otra cosa que no fuera una BMW, aunque tuviera que pagar el doble de lo que habría pagado por ella en España. En parado pesa como un mal matrimonio, te hace envidiar a Schwarzenegger, pero en marcha se maneja como si fuera un bici. Su Telelever y los frenos ABS te dan un margen extra de seguridad en las carreteras brasileñas, llenas de baches, con una señalización en la mayoría de los casos "deficiente" y con un tráfico enloquecido y peligroso. Es casi la moto perfecta para este país.